A lo largo de los siglos las mujeres han sido marginadas de la "historia oficial".
La cultura de la inferioridad y de la sumisión femenina atravesó la Historia y las conciencias y afectó a la Humanidad.
Se las privó del derecho a la existencia (no hay más que recordar China y otros lugares), se atacó su diginidad y, por supuesto, se les negó el derecho a la educación.
La frenología quiso demostrar la inferioridad de la mujer basándose en que las dimensiones del cerebro femenino son menores que las del cerebro masculino. Se determinó que ellas eran de constitución débil, pasiva y tierna; incapaz de pensar o de organizarse; ya lo dijo Darwin, que la superioridad masculina y la inferioridad de las mujeres <<resulta sobradamente probada>>.
Se las quería "sufridas,castas, cuidadosas, benignas, piadosas, obedientes, calladas y recogidas". Y bajo la apariencia de protección y ayuda, siempre se desconfiaba de ellas.
Se las encerraba en casa y en la ignorancia.
Se encerraron talentos, personalidades, posibilidades...; se les impidió realizar lo que se consideró "impropio a su sexo", que era casi todo; se las hizo invisibles, se las alejó del bullicio de la Historia. La mayoría de los varones, en casi todos los tiempos, prefirieron que no entraran en su "mundo"; otros pensaron que "su mayor encanto" residía en su "ignorancia".
En todo el mundo, y de mil formas distintas existen (mayoritariamente mujeres), que se dedican a recuperar retazos de historias de mujeres implicadas de una manera u otra en la política, la religión, las ciencias, el arte..., trabajos rigurosos, y que, presumo muy costosos, que agradezco y disfruto y que harán posible mi pequeño homenaje particular en este "cuaderno" a algunas de esas mujeres que me atraen por su vida o por su obra, que han dejado un legado valioso para la Humanidad.
Pintora Marie Louise Elisabeth Vigée Le Brun
París, Francia, 1755-1842.
Vigée Le Brun tuvo que huir de París para salvar su cabeza, recorrió toda Europa retratando personajes de las diferentes casas reales, en un exilio que duró casí dos décadas.
Pintó casi mil cuadros, esta mujer exquisita y talentosa. Mujer que vivió el terror de una época, sin perder su dignidad de persona y artista. Mujer que al vivir la mitad de su vida en las cortes del “Ancien Régime” y la otra mitad en un exilio dorado, nunca dejó de añorar ese pasado majestuoso y extravagante. Al volver a su tierra se encontró con la monarquía restaurada pero con una aristocracia austera, temerosa y restringida.
Sacándole partido a su belleza, realizó una gran cantidad de autorretratos siendo este uno de los más bellos.
Louise Elisabeth Vigée (1755-1842), hija del pintor Louis Vigée y Jeanne Maissin, nace ocho meses después que Luís XVI, rey de Francia, hijo del delfín Luís Fernando.
La mayor virtud de esta retratista es mostrar lo que quieren que veamos sus modelos; utilizando una gran técnica que se puede apreciar en los finos pliegues de las vestiduras, es como si estas telas tuvieran vida propia.
La obra de esta artista está ligada a la vida de este rey y su corte. Así como la obra de su padre, estuvo ligada a la corte de Luís XV.
Louise Elisabeth contaba con el favor de la reina María Antonieta, siendo su confidente. En 1783, la reina intercedió para obligar a los miembros de la Académie Royale a que aceptaran a Louise Elisabeth ya que se negaban a recibir mujeres como miembros de su academia. Solo los miembros de la Académie eran autorizados a pintar.
Louise Elisabeth pintó toda la corte de este noble e ingenuo Luís XVI. Pintó a su esposa, sus hijos y sus ayas, sus amantes, sus príncipes y vizcondes, sus duques y nobles cortesanos.
Los pintó de una forma que logramos vislumbrar el modo de vida de esta gente. Toda esa esplendorosa sociedad que dedicaba su tiempo a intrigar y jugar por los jardines del Palacio de Versalles; asistir a conciertos de Haydn o Mozart; o escuchar cantar a castratos como Farinelli.
La mayor virtud de esta retratista es mostrar lo que quieren que veamos sus modelos; utilizando una gran técnica que se puede apreciar en los finos pliegues de las vestiduras, es como si estas telas tuvieran vida propia.
El estilo, pictórico, para reflejar lo refinado, extravagante y sensual es el Rococó; el Barroco tiene una mayor influencia religiosa. Este Rococó es el estilo de Vigée porque es un estilo mundano, que retrata temas de la vida diaria, de una forma elegante con colores luminosos, suaves y claros.
Vigée Le Brun tuvo que huir de París para salvar su cabeza, recorrió toda Europa retratando personajes de las diferentes casas reales, en un exilio que duró casí dos décadas.
Pintó casi mil cuadros, esta mujer exquisita y talentosa. Mujer que vivió el terror de una época, sin perder su dignidad de persona y artista. Mujer que al vivir la mitad de su vida en las cortes del “Ancien Régime” y la otra mitad en un exilio dorado, nunca dejó de añorar ese pasado majestuoso y extravagante. Al volver a su tierra se encontró con la monarquía restaurada pero con una aristocracia austera, temerosa y restringida.
Vigée y su hija Julie
Sacándole partido a su belleza, realizó una gran cantidad de autorretratos siendo este uno de los más bellos.
Su tiempo había desaparecido. En su lapida se lee: “Aquí, al fin, descanso”.
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